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jueves, 12 de abril de 2012

Por la fuerza de la razón


Cuando Bolivia conmemora el Día del Mar, interesa repasar las fechas que jalonan sus vínculos políticos más recientes con Chile: 1978, 2006 y 2011









   Foto: Google
La primera concierne al último rompimiento de relaciones diplomáticas si bien, poco antes, Bolivia había acordado con Chile unos canjes territoriales, aunque luego ambos rechazarían la contraoferta que el Perú les brindaba como solución tripartita conciliadora.
La segunda fecha corresponde al demagógico reinicio de un diálogo que dizque conduciría a la solución de su sempiterna pretensión marítima. La última es la temeraria bravata de amenazar a Chile con trasladar el tema de la mediterraneidad a la Corte Internacional de Justicia, en lo que el autoritario gobernante paceño sigue obstinado con una incontinencia verbal inversamente proporcional a la ejecución de su desafío.
Llamo temeraria a la más reciente de estas tientas, tradicionales por lo demás de su política exterior históricamente errática, pues si Bolivia concreta tan agreste propósito sepultará para siempre toda aspiración ribereña con que pudiera seguir fantaseando. Porque el predecible fallo de La Haya sellaría la legitimidad del Tratado de Paz y Amistad de 1904, seguramente reconfirmando a la letra “el dominio absoluto y perpetuo de Chile de los territorios ocupados”, aquellos que asomaban al océano cuando Bolívar inventó Bolivia y que los propios bolivianos abandonaron a su suerte aun antes de la Guerra del Pacífico.
Sí debe en cambio preocuparnos que, cual aprendiz de brujo de un autócrata caribeño, el émulo andino intente la prestidigitación de contrabandear la solidaridad peruana con su causa marítima como sinónimo de apoyo a su exabrupto respecto al tratado de 1904. Lo sugirió en su último encuentro del Cusco con el presidente peruano, cuando se atrevió a comentar que su demanda marítima “no es solo un tema bilateral, es regional”, sin que nuestra cancillería le recordara la tradicional posición peruana sobre la estricta bilateralidad del contencioso boliviano-chileno.
Deberíamos entonces precisarle al ilusionista altiplánico tres cosas:
1) que el Perú seguirá apoyando su reivindicación oceánica, pero que ha llegado la hora de que la aborden mediante negociaciones bilaterales creativas destinadas a encontrar soluciones realistas y definitivas con Chile;
2) que nunca permitiremos que una hipotética salida al mar que implicase un corredor soberano modifique nuestra frontera física con Chile, pues la construcción de una relación moderna y amistosa con este país, que será sancionada por el fallo de La Haya, es harto más auspiciosa que la oxidada retórica de la hermandad recíproca con Bolivia;
3) que el Perú jamás apoyará la rebeldía boliviana frente a la legitimidad del tratado de 1904 con Chile, porque creemos firmemente que los acuerdos jurídicamente perfeccionados son intangibles y que no pueden modificarse por antojos unilaterales. No olvidemos nunca nuestra intransigencia frente a la validez de los compromisos internacionales, que nos permitió solucionar definitivamente las discrepancias limítrofes con el Ecuador.

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