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jueves, 12 de abril de 2012

Verdugo no pide perdón


La noticia de que el tipo lloró, dejando ver su desesperación, fue noticia mundial. Debe estar satisfecho de ese logro









   Foto: Google
En fin de cuentas, a él le gusta más una cámara de TV que una mujer desnuda. ¡Seguía siendo el foco donde se concentran todas las miradas de la escena mundial! ¡Qué alivio! Un consuelo dentro de su drama.

La escogencia del escenario fue fríamente calculada. En medio de una ceremonia religiosa, quitándole al celebrante el micrófono en medio de la homilía, con la imagen del Nazareno atrás. Muy lejos, en la lontananza, quedaban los días en los que llamaba a la Iglesia “plasta” y denostaba de los obispos apostrofándolos de “vagabundos, del cardenal para abajo”.

Ahora, sin confesarse, sin el dolor de corazón y el propósito de enmienda que exige ese sacramento, el dos veces divorciado comulga con la complicidad de un sacerdote que se hace el loco ante esas limitaciones para dar la eucaristía.
La súplica, “¡Dame vida porque todavía me quedan muchas cosas por hacer!”, hizo saltar más de una lágrima. Pero los más sensatos pensamos: “¿Para qué? ¿Para seguir destruyendo lo que había de bueno, serio y decente en Venezuela?
¿Para seguir dividiendo a la nación con categorías contrarias al espíritu constitucional? ¿Para seguir regalando a extraños, por mero cálculo de ganancia personal, la riqueza nacional? ¿Para seguir propiciando la colonización de Venezuela por una ‘potencia’ extranjera que no tiene más población, ni riqueza económica, ni capital social, ni moral política que nosotros?”

Su “¡No me lleves todavía!” es quizás un tardío reconocimiento de sus pecados, una tácita admisión de que teme que don Sata lo esté esperando para cobrarle los muchos asesinatos de los que es responsable. Porque los muertos del 4-F y del 11-A son  de su responsabilidad; su nunca negada ambición de poder absoluto los originó.
Pero no son solamente esos; los asesinatos cometidos en contra de la señora fulminada por el “caballero” Gouveia, de Maritza Ron, del hijo de Haydée Castillo —agravado ese “ajusticiamiento” por la sevicia con la que los esbirros la trataron a ella y a su esposo—, la muerte de Franklin Brito y muchos otros que sería muy largo enumerar son un débito suyo. Como también lo son las inicuas prisiones de personas como la juez Afiuni, el comisario Simonovis y los miembros de la Policía Metropolitana; los exilios de tantos venezolanos necesarios para el progreso nacional —unos huyendo por la persecución de que eran objeto; otros, tratando de escapar de la destrucción de los empleos y la economía que planificó y ejecutó fríamente para reemplazarlos con mamotretos dependientes de su manirrotismo, no de la eficiencia en la producción.
¿Es que casi catorce años de humillaciones a cualquiera que tuviese pensamientos diferentes a los que todavía quiere imponer —a pesar de que son la receta perfecta para la destrucción de la república— pueden ser obviados con una jaculatoria? ¿Es que el prohijar, financiar y armar  a grupos violentos como “La Piedrita”, las Farc, los cobra-vacuna de Apure, los matones motorizados que, mediante sueldo fijo, aterrorizan a los opositores se puede dejar de lado por un “¡No me lleves todavía!”?
Sinceramente, no creo que la siembra de odio sea un mero pecado venial que puede lavarse con una invocación. Pero hasta en eso están imitando, una vez más, los jerarcas del régimen.
Parecen ministros evangélicos en lo insistente de la prédica, no en el ejemplo que dan. Lo único que falta es que el drogo hojillero se meta a predicador en las noches. En verdad, es patético ese desempeño. Sin embargo, unos y otro siguen con su catequesis de supresión de los antagonistas. Será que no entienden que “excluir es anticristiano”, para ponerlo en palabras de monseñor Pérez Morales.
Según Elisabeth Kübler-Ross, la psiquiatra suiza autora de “On Death and Dying”, la cercanía de muerte hace que el enfermo pase por cinco etapas. Usualmente, la primera es la de negación (por la cual ya pasó): “No tengo una sola célula cancerosa; me siento bien”. Luego viene la de ira. Ya vimos cómo al regresar de La Habana las primeras veces, ordenaba iniquidades contra quienes tuviesen un terrenito, una empresa, una propiedad. Era la patentización de los sentimientos de ira y envidia característicos de la etapa; eran el “¿Por qué a mí?” y el “¡No es justo!” tan frecuentes en ese estadio. Ahora como que entró en la etapa de negociación. Por lo menos, el “¡Dame vida porque todavía me quedan muchas cosas por hacer!” de Barinas es un fuerte indicio de una apelación a poder superior a cambio de una forma de vida reformada. Creo que mientras más pronto llegue a las dos últimas etapas, la de la depresión y la aceptación del destino será mejor para todos en Venezuela, incluido él, por supuesto…

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